Los órdenes de la ayuda de Bert Hellinger

La ayuda es un arte. Como todo arte, requiere una destreza que se puede aprender y ejercitar. También requiere empatía con la persona que viene en busca de ayuda.

¿Cómo se ayuda de forma efectiva? Además, en la ocasión indicada ¿cómo se abstiene uno de ayudar? Darse cuenta cuándo es posible e indicada la ayuda, y cuándo debe uno retirarse de este trabajo, es un arte. Ayudar por compasión es algo que muchos saben hacer; en el fondo, todos lo saben. Pero ayudar en la sintonía con el otro, con su destino, con su alma, de forma que el otro pueda y deba crecer en ello, eso es un arte.

Bert Hellinger, el padre de las Constelaciones Familiares habla de 5 órdenes, o fuerzas a la hora de ayudar.


Primer orden

Uno sólo da lo que tiene, y sólo espera y toma lo que realmente necesita.

El primer desorden en la ayuda comienza cuando uno pretende dar lo que tiene y otro quiere tomar lo que no necesita. O cuando uno espera y exige de otro lo que éste no le puede dar porque no lo tiene. O también, cuando uno no debe dar, ya que asumiría en lugar de otro algo que sólo éste puede o debe llevar o hacer. Así, pues, el dar y el tomar tienen límites. Percibir esos límites, y respetarlos, forma parte del arte de la ayuda.

Esta ayuda es humilde; muchas veces, ante determinadas expectativas, o también ante el dolor, renuncia a ayudar. Lo que este paso exige, tanto de la persona que ayuda como de quien busca ayuda en ella, se nos muestra claramente en el trabajo con Constelaciones Familiares. Esta humildad y esta renuncia contradicen muchos conceptos convencionales de la ayuda adecuada y frecuentemente exponen al ayudador a graves reproches y ataques.

Segundo orden

Uno no se somete a las circunstancias, y sólo interviene hasta donde ellas lo permitan.

Por una parte, la ayuda está al servicio de la supervivencia, y por la otra sirve al desarrollo y al crecimiento. Supervivencia, desarrollo y crecimiento dependen de circunstancias especiales, tanto externas como internas. Muchas circunstancias externas nos vienen dadas y no son modificables, por ejemplo una enfermedad hereditaria o también las consecuencias de determinados sucesos, o de una culpa propia o ajena.

Si la ayuda pasa por alto, o no quiere admitir las circunstancias externas, queda destinada al fracaso. Esto se aplica aún más a las circunstancias de carácter interno. Entre ellas cuentan la misión personal concreta y especial, las implicaciones en destinos de otros miembros de la familia, y el amor ciego que, bajo la influencia de la conciencia, sigue sujeto al pensamiento mágico.

El desorden sería aquí negar o tapar las circunstancias en lugar de afrontarlas junto con la persona que busca ayuda. La pretensión de ayudar en contra de estas circunstancias debilita tanto al ayudador como a la persona que espera ayuda. Lo mismo le ocurre a la persona a que se le ofrece ayuda, e incluso a quien se ve obligado a aceptarla.

Tercer orden

Ante un adulto que acude en busca de ayuda, el ayudador se presenta también como adulto, de esta forma rebate los intentos de colocarlo en el papel de madre o de padre.

Muchos ayudadores, ante personas que buscan ayuda, creen que deberían ayudarles como algunos padres lo hacen con sus hijos. Por otra parte, muchas personas que buscan ayuda esperan que los ayudadores se dirijan a ellos como padres a sus hijos, para así recibir de ellos lo que sus padres siguen esperando o exigiendo.

¿Qué ocurre cuando los ayudadores responden a estas expectativas? Se embarcan en una larga relación. ¿Y dónde lleva esta relación? Los ayudadores acaban en la misma situación que los padres en cuyo lugar se colocaron con su deseo de ayudar de esta forma. Paso a paso tienen que poner límites o frustrar a aquellos que buscan ayuda. Así, los clientes muchas veces desarrollan hacia los ayudadores los mismos sentimientos que antes albergaban hacia los padres.

El desorden consiste aquí en permitir que un adulto demande al ayudador tal como un niño lo hace con sus padres, y permitirle al ayudador tratar al cliente como si fuera un niño, asumiendo en su lugar asuntos cuyas responsabilidades y consecuencias únicamente puede y debe asumir él.

Cuarto orden

La empatía del ayudador ha de ser menos personal y, sobre todo, más sistémica. No se establece ninguna relación personal con el cliente.

Bajo la influencia de la Psicoterapia clásica, muchos ayudadores tratan al cliente como si fuera un individuo aislado. También caen con facilidad en el peligro de la transferencia hijo-padres.

Sin embargo, el individuo es parte de la familia. Sólo cuando el ayudador lo percibe como parte de su familia, también percibe a quién necesita el cliente y a quién, quizá, le debe algo. Si el ayudador ve a la persona junto con sus padres y antepasados, quizá también con su pareja y sus hijos, lo percibe tal como es en realidad. Así también percibe y comprende quién es, es esta familia, la persona que necesita primero su respeto y su ayuda; a quién se ha de dirigir el cliente para darse cuenta cuáles son los pasos decisivos, y darlos.

El desorden sería no mirar ni reconocer a otras personas decisivas que, por así decirlo, tienen en sus manos la clave para la solución. Entre ellos cuentan, sobre todo, aquellos que fueron excluidos de la familia porque, por ejemplo, son considerados una vergüenza para ella.

Quinto orden

Amar a toda persona tal como es, por mucho que se diferencie de mí. De esta manera, el ayudador abre su corazón para el otro.

El trabajo de Constelaciones Familiares une aquello que antes estaba separado. En este sentido de halla al servicio de la reconciliación, sobre todo, con los padres. A ella se opone la distinción entre miembros buenos y malos de la familia, tal y como lo establecen muchos ayudadores bajo la influencia de su conciencia y de la opinión pública, igualmente condicionada por los límites de dicha conciencia. Así, por ejemplo, cuando un cliente se queja de sus padres o de las circunstancias de su vida o su destino, y cuando el ayudador adopta como propia esta visión del cliente, más bien se encuentra al servicio del conflicto y de la separación que de la reconciliación.

Por tanto, la ayuda al servicio de la reconciliación sólo es posible para quien inmediatamente da un lugar, en su corazón, a la persona de la cual el cliente se queja. De esta manera, el ayudador anticipa aquello que el cliente aún tiene que lograr.

El desorden sería aquí juzgar al otro; en la mayoría de los casos esto equivale a una sentencia, y la consiguiente indignación desde la moral. Quien realmente ayuda, no juzga.


Del libro “Los órdenes de la ayuda” de Bert Hellinger

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